58,320 Ecologistas
Cuando se habla de formas de proteger, promover o fomentar la salud pública, es frecuente que salgan a la luz medidas que apelan de forma directa a prevenir o tratar problemas de salud emergentes o existentes en la sociedad.
Aún se mantiene el recuerdo de las medidas que, en plena primera ola de contagios de la COVID-19, se recomendaban insistentemente: mantener una higiene adecuada, distancia de seguridad y mascarillas. Con la llegada de las primeras vacunas eficaces y su autorización, comenzaron las campañas de vacunación, salvando, con ellas, miles de vidas.
En un panorama más amplio, otras medidas para el mantenimiento de una buena salud pública incluyen desde algo tan sencillo como la cloración del agua corriente o la mera existencia del alcantarillado, hasta hábitos de vida saludable, – buena alimentación y la práctica de algún deporte– o desincentivar el consumo de drogas —incluyendo tabaco, alcohol…—.
Pero raras veces se presta atención a un aspecto que, en realidad, es muy importante y cada vez más esencial: el buen estado de los ecosistemas.
Los ecosistemas y la salud
Por mucho que el ser humano intente aislarse o conformar un entorno propio, como especie, está inmerso en una serie de ecosistemas en los que vive o que lo rodean. Como el resto de las especies, interacciona con las demás y con el medio.
Los seres humanos y los animales que habitan con ellos —mascotas o ganado— desarrollan relaciones con la fauna y la flora del entorno, y en esas interacciones se tropiezan, también, con enfermedades.
Los ecosistemas tienen sus propios modos de gestión de enfermedades. El más simple es, también, el mejor conocido: los depredadores tienden a cazar y eliminar a las presas enfermas con más probabilidad que a las sanas. Este hecho limita la propagación de enfermedades entre la fauna silvestre de forma muy eficaz, como se ha observado en España, por ejemplo, con el lobo. Las manadas bien estructuradas y conservadas frenan el avance de enfermedades como la brucelosis o la tuberculosis entre los herbívoros, y con ello se reduce la probabilidad de contagio entre los animales de granja, mascotas y personas. En efecto, por sorprendente que pueda parecer, tener ganado en un entorno con manadas sanas de lobo reduce el riesgo de tuberculosis bovina.
Más de la mitad de las enfermedades infecciosas conocidas son zoonóticas o tienen origen zoonótico, algunas tan conocidas como el SIDA, el ébola o la COVID-19. Además, tres de cada cuatro enfermedades emergentes tienen su origen en la fauna silvestre. Los ecosistemas sanos y biológicamente diversos tienden a mantener a raya estas enfermedades, pero actividades como la deforestación, la fragmentación del hábitat o la caza reducen la biodiversidad y aumentan el contacto entre la fauna silvestre y los seres humanos y los animales a su cargo. En ecosistemas degradados, virus, bacterias y parásitos saltan más fácilmente de una especie a otra, y el ser humano es una pieza más del puzzle.
El concepto ‘one health’
Aunque la relación indivisible entre enfermedades humanas y animales se sabe desde tiempos de Rudolf Virchow, en el siglo XIX, su estudio conjunto no se realizó hasta bien entrado el siglo XX.
La primera división de salud pública veterinaria se estableció en el Centro para el Control de Enfermedades estadounidense (CDC, por sus siglas en inglés) en el año 1947, por el doctor James H. Steele. Apenas dos décadas más tarde, el doctor Calvin Schwabe fundó un departamento dedicado a la epidemiología y la medicina preventiva en el ámbito veterinario y propuso que los profesionales de salud humana y animal colaborasen para combatir las enfermedades zoonóticas.
El 29 de septiembre de 2004, a raíz del establecimiento de los Doce Principios de Manhattan, propuestos por la Sociedad para la Conservación de la Vida Silvestre, se acuña el concepto de One Health (‘Una Salud’, en inglés). En aquella conferencia histórica, celebrada en Nueva York, se destacó el vínculo entre la salud humana, animal y la vida silvestre; la importancia de tomar decisiones sobre el uso de la tierra y el agua basadas en el conocimiento científico; y en la aplicación de los principios básicos de la epidemiología, para prevenir y controlar enfermedades. Así mismo, se resaltó la necesidad de invertir en infraestructura dedicada a la salud humana y animal, fortaleciendo la colaboración entre gobiernos y sectores público y privado; apoyar redes de vigilancia de la salud de la vida silvestre para la detección temprana, y fomentar la educación y la conciencia sobre la relación entre salud y ecosistemas.