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La sequía está pasando factura a la agricultura española, que deberá adaptarse para sortear los riesgos asociados al cambio climático que se avecinan, con la previsión de un 15 por ciento menos de lluvias para final de siglo y temperaturas más altas.
Las organizaciones agrarias cifran en más de la mitad los daños en el cereal de secano por la sequía actual y ya hay restricciones de riego en las cuencas más afectadas, lo que merma la producción de alimentos y la rentabilidad de los agricultores.
El portavoz de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) Cayetano Torres destaca a Efeagro que las regiones más afectadas actualmente son toda Andalucía, el noreste de la península, la mitad oriental de Castilla-La Mancha y Castilla y León, Cantabria, País Vasco, Navarra, La Rioja y parte de las islas Canarias.
Los embalses del país se encuentran al 48,9 por ciento de su capacidad, tras encadenar cinco semanas a la baja, según los datos difundidos ayer por el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico. España está camino de experimentar un nuevo año de sequía meteorológica que se suma a la escasez de lluvias de los últimos años, de forma que persiste la sequía de larga duración que comenzó a finales de 2022.
El año pasado ha sido catalogado como el sexto más seco de la serie histórica, que desde 1961 ha registrado otros tres periodos de larga duración (1982-1984, 1991-1996 y 2005-2009) y cuatro de menor duración (1975-1976, 1987-1988, 2000-2001 y 2017-2018).
Los escenarios climáticos elaborados por la Aemet muestran una disminución de la precipitación total sobre la península Ibérica de un 15 por ciento para el año 2100, en línea con los cálculos del grupo intergubernamental de expertos de cambio climático (IPCC), con un aumento de un 5 por ciento de la duración de los periodos secos y un 15 por ciento menos de días de lluvia.
Torres también subraya que existe una “clara tendencia” a que las lluvias sean más torrenciales y en época otoñal.
La sequía se agrava
Fuentes del servicio de Cambio Climático del programa europeo Copérnico destacan que en los últimos años se ha observado una combinación de temperaturas altas persistentes, con aire cálido procedente del norte de África, y de suelo seco, por la continua falta de precipitación, especialmente al comienzo del invierno.
Estos factores han llevado a unas condiciones de “severa sequía” en el suroeste de Europa que han afectado a la vegetación, la agricultura, la producción energética y el transporte, además de causar incendios forestales, según las fuentes.
Los científicos han alertado de que la crisis climática ha incrementado de manera exponencial las probabilidades de que haya más olas de calor como la registrada en el Mediterráneo el pasado mes, considerado el cuarto abril más cálido a nivel mundial.
Las temperaturas estuvieron en abril por encima de la media en el suroeste de Europa, con España y Portugal superando los máximos históricos de ese mes, según los datos de Copérnico.
De cara al futuro, el IPCC recoge en sus proyecciones “un alto nivel de confianza” en que la sequía aumentará en la región mediterránea a mediados y finales de siglo en todos los escenarios, salvo en el más optimista, y también si suben las temperaturas al menos 2 grados centígrados.
Impacto en la cosecha
El investigador del Instituto Nacional de Investigación y Tecnología Agraria y Alimentaria del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (INIA-CSIC) José Luis Gabriel señala que, detrás del aumento de la temperatura, se esconden “impactos mucho más nocivos” como olas de calor más intensas o periodos más largos sin lluvia.
En los últimos años, el calor en España se ha prolongado hasta octubre, un mes en el que ya no llueve como antes, por lo que los agricultores tienen que sembrar en seco y esperar si llueve más adelante, sin saber si habrá agua para que nazcan las semillas, explica Gabriel.
Añade que la falta de agua en otoño hace que se adelanten las primeras heladas, que dañan las plantas sin todavía fuerza para resistirlas.
Además, en primavera puede que el cultivo crezca mucho si llueve lo suficiente, pero si luego llega una ola de calor “la demanda de agua es tan alta con tantas hojas que se agotan rápido las reservas de agua del suelo y las plantas no producen el grano como deberían”, lo que disminuye mucho la cosecha.
Y si llueve poco, el cultivo “ya viene pequeño desde el principio” y tampoco dará una buena cosecha, según el experto del INIA-CSIC, que destaca que, con la incertidumbre de las lluvias en primavera, siembras como las del maíz, la soja o el girasol “se vuelven un auténtico órdago al clima”.
Algo similar sucede con los cultivos leñosos y praderas que, tras años de acumulación de sequías y golpes de calor, afrontan cada vez más débiles las cada vez más frecuentes nuevas inclemencias, según el experto, que ve necesaria “mucha más ciencia, transferencia del conocimiento generado y concienciación de todos los sectores” para mejorar la adaptación de la agricultura a la climatología.